viernes, 27 de julio de 2012

Asedio (relato clásico, 3)

(Ir a la segunda parte)

Percival de Blois, caballero del Reino, dejó algunos de sus mejores tiradores con los escuderos para formar la retaguardia en el límite de sus tierras, y regresó rápidamente al castillo. Los campesinos ya habían empezado a correr hacia el pueblo para recoger sus lanzas, alabardas y arcos largos. Todos ellos siguieron a su señor cuando este cruzó el puente levadizo y entró en el castillo, que estaba sumido en una febril actividad, pues los sirvientes se apresuraban a trasladar grandes cestos con comida y botas de vino a la gran torre. Los vigías ya habían visto los estandartes de los orcos desde lo alto de la torre.


Todo el mundo sintió una gran sensación de alivio al ver que Percival regresaba sano y salvo, especialmente las damas. Lady Alice le gritó a su marido desde una ventana de la torre:


-¿Dónde están mis hijos? ¿Están a salvo?


Percival se levantó la celada del casco para contestarle:


-No temáis, mi señora. Están ganándose sus espuelas de caballero.






Desmontó, y estaba a punto de ordenar subir el puente levadizo en cuanto la retaguardia lo atravesara, cuando se fijó en el bastión en ruinas que se levantaba al otro lado del foso. El viejo edificio era todo lo que quedaba del antiguo portón que había sido desmantelado para conseguir piedras cuando su padre reconstruyó el castillo muchos años atrás.


"Tenemos que defender ese bastión", pensó.


Rápidamente, Percival ordenó a algunos de sus arqueros y hombres de armas que ocuparan y defendieran el bastión en ruinas. A continuación llamó a través del patio de armas a otro de sus caballeros noveles, un joven muy hábil procedente de un feudo vecino y que era el hijo de un amigo.


-Fulk, sé que deseáis tener una oportunidad de demostrar vuestro valor al igual que todos los demás, así que tomad el mando de ese viejo bastión y resistid tanto tiempo como podáis. Matad tantos orcos que sus cadáveres bloqueen la entrada, y cuando no podáis resistir por más tiempo, bajaremos el puente para que podáis refugiaros en el castillo.


-Dadme vuestra bendición, mi señor-replicó el joven caballero-Esta es una difícil pero honorable misión. No os defraudaré.


(mañana continúa)

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