lunes, 31 de marzo de 2014

Guardián del Honor (capítulo 2)


Capítulo dos
Encuentros fatídicos

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Karak Ungor era la fortaleza más sólida de las situadas al norte de las montañas de Karaz Ankor, el sempiterno reino de los enanos. La rocosa edificación de piedra y bronce era un monumento a la tenacidad enana y a su maestría en la construcción de fortalezas impenetrables. Durante cerca de dos mil años, Karak Ungor ha resistido tormentas, cataclismos y la depredación de los pieles verdes. A los ojos de los enanos, no era otra cosa que un parpadeo en la gran cronología de la historia, algo que hizo perdurar a los habitantes de la montaña y que había resistido los estragos del tiempo y de la conquista.

Un pequeño comité de bienvenida esperaba tras la puerta de entrada en la inmensa bodega a los invitados que llegaban de todas partes del Gran Océano. Aquellos enanos parecían poco más que granos de arena en la enorme extensión de roca, permaneciendo de pié frente a la inmensa puerta que conducía al norte de las Montañas del Fin del Mundo.

Sobre ellos se alzaba gigantescas figuras de los dioses ancestrales que habían sido esculpidas en la roca de la montaña. Grungni, Valaya y Grimnir, los más grandes de todas las antiguas deidades de los enanos, dominaban cada uno una las tres paredes de la cámara. Destacaban con su forma escarpada, los ancestros se mantenían severos e imponentes mientras observaban a sus descendientes en juicioso silencio.

La cuarta pared estaba abarcada casi por completo por el enorme portón. Estaba rematado en un enorme arco enroscado de bronce con runas grabadas en oro y gemas engarzadas que habían sido extraídos de la propia montaña. La puerta misma era una enorme losa de piedra pulida con filigranas de cobre que dibujaban la figura de dos reyes enanos sentados sobre sus tronos. Era el símbolo de magnificencia en la parte anterior y posterior de la puerta del fuerte. A cada lado de ésta había un par de guardianes reales que parecían casi estatuas, cuyos rostros apenas eran visibles tras las rendijas de sus yelmos y sus barbas trenzadas. Cada uno portaba una enorme hacha de doble filo que reposaba sobre las hombreras de sus antiguas armaduras, preparadas para reaccionar. Uno de ellos portaba un enorme cuerno de guerra rematado en bronce reposaba junto a su peto de gromril.

Sobre el cuarteto de guerreros patrullaban diez ballesteros con sus armas colgadas a las espaldas sobre una plataforma de piedra que se erguía sobre el portón. Esos enanos eran los guardianes de la puerta interior, la primera línea de defensa del fuerte y quienes harían la llamada a las armas en caso de que sufrieran un ataque.

Morek, situado en el centro del comité de bienvenida, limpiaba sin descanso su armadura. Hubiese deseado redoblar las tropas del portón, además de situar una corte de treinta o más guardias reales durante el trayecto como muestra de fuerza y entereza, pero la reina no los dispuso – estaban negociando un tratado con los elfos, no la guerra.



La Reina Brunvilda, esposa del Rey Bagrik, se encontraba a la derecha de Morek, ocupando el centro de la delegación. Estaba ataviada con majestuosos ropajes azules cosidos con hilos de oro y en los cuales había inscritas runas de bronce. Sobre su cabello llevaba una simple mitra con un único rubí en el centro. Su larga cabellera era del color del cuero curtido, recogido en círculos concéntricos trenzados que habían sido recogidos y ocultados a la vista. Un corpiño de cuero atado a su cintura resaltaba su figura de matrona y ensalzaba su amplio busto. Lo ensalzaba un cinturón dorado y enjoyado. Sus ojos eran de color gris pizarra pero mantenían el resplandor del fuego de las forjas de los niveles más profundos. Una vez dicho todo, Morek pensó que era una mujer notable.

El noble enano tenía su propia reclamación de realeza, aunque débil en comparación. Su clan era un primo lejano del de el Alto Rey Gotrek Rompeestrellas. Había sangre noble corriendo por sus venas, y aunque él nunca había buscado ningún tipo de reconocimiento real, siempre se sintió feliz de servir a los reyes y reinas de Ungor.

A la derecha de la reina estaba Kandor Barbadeplata; mercader, diplomático y tesorero real. Kandor vestía caros ropones de color esmeralda y fuego,  una muestra del beneficio que le reportaban sus negocios con el oro y la plata. Estaba adornada con accesorios dorados, incluyendo una caña de madera lacada con gemas incrustadas. Morek era incapaz de comprender por qué lo necesitaba. El mercader podía andar perfectamente sin un bastón. La barba de Kandor estaba bien peinada y trenzada de forma impecable, con el pelo peinado y arreglado. Muy a su pesar, Morek limpiaba a escondidas su armadura con el guante en un esfuerzo de hacerla parecer más brillante. Vio de soslayo la mirada del mercader, frenando así la idea de Morek de acicalarse en su presencia. La respuesta del capitán de la guardia real fue hosca e inaudible.

El resto del comité lo formaban diez guardias reales, los únicos que la reina había aceptado, formando filas detrás de ellos. Ninguno de los enanos había hablado ni una vez desde su llegada al portón exterior y tan solo se escuchaba el coro formado por martillos golpeando yunques que surgen desde las profundidades más lejanas acompañado del viciado olor a hollín de las forjas.

Morek rompió el silencio.

- Los invitados de su majestad llegan tarde.

Kandor Barbaplata no se giró al contestar.

- Llegarán a tiempo, Morek. ¿No tienes paciencia?

- Como si estuviera hecho de ella. Podría quedarme aquí hasta que Grungni regresara de los Desiertos del Norte y esperar otros cincuenta años si hiciera falta – ladró Morek. sintiéndose desafiado mientras alzaba su vista de acero sobre el imperioso comerciante.

- Son invitados en nuestro hogar, Thane Mazapétrea, no solo los de Kandor Barbaplata – dijo la reina Brunvilda con tono suave pero potente.

- Sí, mi reina. - Sintiéndose castigado, Morek apartó la mirada de la reina con una repentina sensación de ardor en sus mejillas, y se alegró de que la armadura cubriera en gran medida su rostro. - Pero los enanos tenemos estrictos hábitos y rutinas. Solo digo que la falta de puntualidad no es manera de ganarse nuestro favor.-

- Sus maneras no son las mismas que las nuestras – aconsejó la reina, aunque ella no tenía la necesidad de recordarle a Morek aquel hecho. A su juicio, los elfos eran completamente distintos a los enanos, tanto en apariencia como en comportamiento. Al parecer, estos exploradores observadores de estrellas no estaban contentos con sus propias tierras y buscaron a otros con los que compartir su pasión innata por los viajes. Morek los consideraba decadentes y frágiles. Imaginó que no se adecuarían a la vida en las bodegas. Sonrió por debajo del casco ante la idea de las molestias que les ocasionaría el hospedaje y esperaba que, como resultado del mismo, este durase poco tiempo.

- La pregunta que se plantea entonces, mi señora, es ¿cómo hemos pensado que pueda haber algún tipo de acuerdo entre nuestros pueblos? - replicó Morek, tras haber escogido sus palabras con sumo cuidado para no ofender a la reina.

Kandor respondió por ella.

 - Eres un guerrero, Morek, así que debería encomendarte a ti la defensa del reino – dijo, girándose para observar al capitán de la guardia real. - Pero yo soy un mercader y embajador, así que te pido que me dejes a mí los asuntos de comercio y diplomacia. Este pacto tendrá éxito. Aún más, fortalecerá nuestro reino y asegurará su prosperidad.-

- Será mejor que recuerdes que todos los enanos están encomendados a la protección de las bodegas – le replicó Morek. - Y no me creas tan tonto de no ver que estás aquí por tus propios intereses.-

- Como tesorero real, es por el bien de los clanes de Ungor que yo...-

- ¡Suficiente! - dijo la reina Brunvilda, Deteniendo a Kandor antes de que continuase. - Nuestros invitados están aquí.-

El portal de la gran entrada se abrió lentamente. Mucho más pequeño que la entrada, el portón era la verdadera entrada hacia las bodegas. La gran puerta de Karak Ungor se había abierto desde hacía más de doscientos años, no desde que había sido fundada por primera vez y la totalidad de los ejércitos de la bodega había marchado adelante para unirse a las fuerzas del entonces Alto Rey, el venerable Snorri Barbablanca. Los enanos y los elfos habían ido juntos entonces, pero a pesar de la naturaleza intratable de los enanos, las alianzas se estaban siendo forjadas de nuevo.

Un toque de clarín resonó a través de la enorme cámara mientras el guardián de la puerta hacía resonar su cuerno de guerra, anunciando la llegada de los elfos. A su señal, sus compañeros guerreros permanecieron atentos, pisando el suelo al unísono con sus botas en perfecta armonía, y las patrullas detuvieron su labor mientras observaban la honorable tranquilidad en los nuevos aliados que venían del mar.

Los elfos eran criaturas fantasiosas, altas y orgullosas, cuya pálida piel relucía con un brillo de otro mundo. Se deslizaron sobre las losas enanas tan ligeros como el aire con sus prendas azules y blancas ondeando en la leve brisa invisible. Había en ellos una belleza agreste y misteriosa, poderosa y aterradora al mismo tiempo. A los ojos de Morek, parecían delicados y finos. A pesar de su aura sobrenatural, ¿qué podían poseer estas elevadas criaturas de lo que tuvieran necesidad los enanos?

El comité de elfos estaba liderado por lo que Morek presumió que era algún embajador de su gente. Estaba vestido con túnicas blancas. Llevaba brazales de oro como decoración adornados con pequeños zafiros que relucían por debajo de sus mangas anchas. El cabello del embajador era del color de la plata y descansaba sobre sus hombros, y aunque su rostro mostraba una sonrisa benigna había una tristeza en sus ojos que no podía ocultar.

Un guerrero que llevaba una media armadura ceremonial de placas lacadas con escamas de reluciente plata le seguía de cerca. Sus ojos, almendrados como los del resto de sus parientes, parecían perpetuamente sesgados, y su nariz larga y angular indicaba su realeza. Llevaba una delgada espada con rubíes incrustados en la empuñadura, envainada en una cinta trenzada a la cintura del elfo. Su pelo dorado caía como una cascada sobre su severo rostro, y una corona con una joya engastada enmarcaba la frente del elfo mientras reparaba en la sala con altiva indiferencia. Morek supuso entonces que aquel era el líder, el príncipe elfo.

Otros dos se acercaron a escoltar al príncipe, también nobles. Uno era un hombre con una larga cabellera negra, también ataviado con túnicas pero más ostentosas que las de la embajadora. Este tenía un aspecto poco agraciado, Y Morek vio la amenaza implícita en la forma en la que el elfo jugueteaba de forma distraída con la empuñadura de la espada que llevaba atada a la cintura.

Su compañera era una mujer, con un atuendo similar aunque llevaba una diadema de plata sobre su cabeza. La pareja murmuraba en voz baja, tan cercanos el uno al otro que a Morek se le hizo incómodo observarles. Ciertamente, la mujer poseía una... presencia que atraía a la vez que repelía al guardián real. Tuvo que luchar contra sí mismo para no bajar la mirada. El hombre de su lado, que caminaba con desdeñosa arrogancia, pareció darse cuenta de la incomodidad del enano y le susurró algo a la mujer que hizo que se riera en voz baja. Morek sintió como sus mejillas se enrojecían y cómo crecía su enfado.

Otro de los elfos se mantuvo apartado del resto del desfile que avanzaba en parejas, alejado del séquito de músicos, sirvientes que transportaban regalos, portaestandartes y un pelotón formado por cincuenta lanceros. Él era más grande que el resto; no solo más alto, sino corpulento y parecía que todo aquello cuanto le rodeaba le hacía sentirse incómodo. Su cabello era del color de las frambuesas y tenía un aspecto salvaje pese a estar recogido con trenzas. Un grueso manto de piel blanca cubría sus musculosos hombros y llevaba puesta una armadura de escamas rematada en un peto dorado. Llevaba una larga daga atada a sus caderas y a su espalda acarreaba un hacha de doble hoja.

Morek pensó que se trataba de un guardaespaldas por la forma en que observaba cada rincón de la cámara, buscando en todos los rincones oscuros cualquier tipo de amenaza o enemigo. Tal vez no todos los elfos eran débiles y caprichosos, pensó Morek. ¿Acaso era posible que los hubiese juzgado mal?

El Príncipe arrugó la nariz ante el hedor que desprendía el reino de los enanos. Le habían informado de que era una “fortaleza magnífica”. Parecía poco mas que una tumba excavada en la tierra, afortunadamente olvidada pero desenterrada por algún motivo inimaginable. Ese “gran portón” del que Malbeth le había hablado era poco más que un peñasco salpicado de piedras preciosas. No seguía ninguna de las fluyentes líneas ni de la suavidad artística de la arquitectura élfica.  Peor aún, el aire estaba impregnado con un espeso y cálido humo acre. Ithalred percibió el olor del aceite, saboreó hollín en su boca y al mismo tiempo anhelaba volver a las altas torres plateadas de Tor Eorfith.



Mientras se preguntaba a qué clase de lugar les había traído Malbeth,  posó su mirada en la espalda del embajador que los conducía hacia los enanos que les esperaban.

 - ¡Y se atreven a llamar un reino a este agujero en la tierra!- le susurró Lethralmir a Arthelas, haciéndose eco de los pensamientos de su príncipe mientras caminaba detrás de él. La vidente se rió en voz baja y su musical voz despertó algo más que el simple placer de la compañía en el maestro de la espada.

- Ellos la construyeron como una enorme cámara, Lethralmir – le susurró en respuesta.

- Poderosísima, de hecho – replicó el el elfo con un tono sarcástico a la vez que fijaba su mirada en la penumbra. - Aún se les ve diminutos. ¿Crees, tal vez que intentan compensar algo?  - añadió, sonriendo.

Arthelas se rió a viva carcajada, incapaz de controlarse a sí misma. Una mirada mordaz del Príncipe Ithalred bastó para silenciarlos a ambos.

- Tu hermano es siempre un diplomático serio. ¿No es así, querida Arthelas? - se burló en un tono muy bajo.

La sacerdotisa sonrió recatadamente y el maestro de la espada sintió un ardor muy profundo.

- Bienvenidos a Karak Ungor, queridos amigos- dijo Kandor mientras se inclinaba ante el embajador de los elfos. La mirada del mercader enano extendió el saludo a todos los demás, en particular al príncipe, que parecía completamente indiferente ante tal gesto.

  - Tromm, Kandor Barbadeplata –  dijo el embajador de forma calurosa en un rudimentario Khazalid y le dio un firme apretón de manos.

- Tromm, Malbeth. Nos honras con esas palabras – dijo Kandor en respuesta, haciendo ver su emoción ante el hecho de que un elfo usase la lengua materna de los enanos (“tromm” solía usarse como muestra de aprecio y de respeto ante la largura y aspecto de sus barbas). La incongruencia de que un elfo dijese eso no había pasado por alto para Morek, de todas formas.

“  ¿Honrarnos? Kandor, eres un wazzok*. ¡Quien te lo dice no tiene barba! En cualquier caso nos ofende con su mentón lampiño” pensó Morek, apretando sus dientes ante las adulaciones del mercader,  y preguntándose si la línea ancestral de Kandor estaba teñida de sangre élfica.

Esta no era la primera visita de Malbeth a la fortaleza. El elfo era un guardabosques, aunque también fuese embajador, y había viajado desde Yvresse en la costa este de Ulthuan hasta el Viejo Mundo a través del Gran Océano. Allí había conocido a Kandor Barbadeplata,  el cual estaba entregando un transporte de minerales a otros almacenes al sur de las Montañas del Fin del Mundo. Allí conoció a Kandor Barbadeplata, quien estaba distribuyendo un envío de minerales hacia el resto de fortalezas de las Montañas del Fin del Mundo. Ambos habían entablado una firme amistad, haciéndose eco de la del noble elfo Malekith y el primer rey de los enanos, Snorri Barbablanca. No era más que un reflejo de la alianza de aquellos tiempos. La alianza actual se encontraba bajo una auspiciosa luz, con el traicionero hijo de Aenarion el Defensor huido de Ulthuan ante el poder de Caledor Domadragones y buscando auxilio en las tierras de Naggaroth.

De todas formas tales hechos no tuvieron consecuencias, y las charlas entre el enano y el elfo dieron lugar al comercio, y tras acompañar a Kandor hacia el sur al lejano Monte Gunbad, regresaron hacia el norte a Karak Ungor. Las visitas del elfo habían sido breves, y nunca había conocido al embajador en persona durante ese tiempo, aunque parecía tan afeminado como había imaginado.

 - Somos nosotros quienes nos sentimos honrados por vuestra amable hospitalidad –  respondió Malbeth, el elfo, antes de girarse hacia Brunvilda.

- Noble Reina Brunvilda – dijo mientras hacía una reverencia. - Parece que fue ayer la última vez que estuve entre estos muros. -

- Sí, Malbeth – replicó la reina. - Solo han pasado veintitrés años, poco mas que lo que dura el cambiar del viento – dijo, sonriendo ampliamente.

Malbeth le devolvió el gesto, antes de anunciar al resto de los de su raza. – Es mi deber presentaros a Arthelas, vidente de Tor Eorfith y hermana del príncipe. – El engalanado elfo avanzó para dedicarle a la reina una respetuosa reverencia antes de que Malbeth continuara. – Lethralmir, de la corte del príncipe. – La mirada del embajador parecía endurecerse a medida que se posaba sobre el maestro de la espada, quien ofreció una extravagante reverencia a sus anfitriones enanos. – Éste es Korhvale de Cracia, el campeón del Príncipe – añadió Malbeth. El musculoso elfo prefirió permanecer como estaba, con el príncipe en su punto de mira, y tan solo asintió con cortesía.

- Finalmente, – dijo Malbeth, dando un paso hacia atrás, - el Príncipe Ithalred de Tor Eorfith. -

El príncipe se adelantó a su propio ritmo, posando su mirada sobre todos los enanos presentes y especialmente a los guerreros a quienes observaba juiciosamente.

- No veo a vuestro rey – dijo Ithalred abruptamente, prescindiendo de cualquier vehemencia, como si estuviese tratando con un enemigo que tuviera frente a su espada.

Morek se enervó por la impertinencia del elfo, pero se contuvo de replicarle ante la presencia de su reina.

- Soy la Reina Brunvilda de Karak Ungor, - le dijo al príncipe, dando un paso hacia delante e inclinando su cabeza como muestra de cortesía. – El Rey se presentará en el Gran Salón una vez se hayan instalado. Alas, una vieja herida le dificulta caminar a mi señor y fui enviada a recibirle en su lugar. -

El Príncipe Ithalred miró a su alrededor y volvió a posar sus ojos sobre los de la reina mientras le respondía. – Espero impaciente nuestro primer encuentro – dijo, con su propia maestría en la lengua enana que, a diferencia de la de la de Malbeth, era cruda como si las palabras se atascaran en su lengua.

- ¡Deshonra a nuestra reina! – siseó Morek hacia Kandor, quien había preferido alejarse del capitán de la guardia real.

- No conocen nuestras costumbres, eso es todo – rechistó Kandor hacia el impertinente susurro, con su reclamándole que guardara silencio con su mirada.

Ithalred no pareció escucharles y se giró para hablar en lengua élfica a sus asistentes. Nada mas terminar, los sirvientes y los portadores de regalos avanzaron.

- Traemos regalos de nuestros dominios en las islas como muestra de nuestra amistad. – Las palabras del príncipe resultaban tan poco cálidas como sinceras, aunque de hecho el despliegue de regalos era sin duda impresionante, repleta de telas de seda, bellos trabajos de alfarería élfica, pieles lujosas y especias.

- Nos honráis con todos estos regalos – dijo la reina al príncipe con los debidos respetos.

- Así es, - respondió el Príncipe Ithalred, - y aún veo que vuestra hospitalidad se resume a este encuentro con unos guardias armados. -

Una oleada de punzante indignación recorrió el rostro de la reina, pero no actuó en consecuencia.

 - Ellos son  la el comité ceremonial de la guardia real de Karak Ungor – explicó cuidadosamente, con un tono calmado aunque tirante. - Como es nuestra tradición, estos guerreros acompañan a los reyes y a los nobles de otros asentamientos. Y así es con vos, buen príncipe. -

 - ¿Estamos “escoltados” entonces, mientras estemos en este... asentamiento? - continuó el elfo. - ¿Bajo arresto domiciliario hasta que debamos volver? Esto no parece una alianza, siendo recibidos por unos guardias como un enemigo que pretende asediar sus muros. -

- ¡Es un gran honor ser recibido por la guardia real! - bramó Morek repentinamente, incapaz de contenerse por más tiempo.

- ¡Capitán Morek, – espetó la Reina Brunvilda, antes de que los elfos pudieran responder, modere su lengua!

 Ithalred estaba formando una réplica cuando Malbeth intervino. - Por favor, esto no es necesario. Mi príncipe está cansado del viaje  y desconocía el propósito de esta graciosa bienvenida – dijo mientras miraba a Ithalred, quien parecía repentinamente desinteresado en los hechos para alivio del embajador. Malbeth también percibió la mirada de un elfo de pelo oscuro, llamado Lethralmir, quien sonrió sin alegría ninguna. El embajador evitó su mirada, volviendo a centrar su atención en la reina enana.

- ¿Tal vez podrían conducirnos a nuestros aposentos? - sugirió Malbeth. - Un poco de descanso aclararía nuestras fatigadas mentes. -

- Por supuesto – respondió la Reina Brunvilda cortésmente, girándose hacia Kandor.

- Hemos preparado unas lujosas estancias para usted y vuestra corte – dijo el mercader con evidente alivio en su rostro después de haber pasado la crisis.

- Esperan que habitemos en cuevas como ellos, sin duda – susurró el elfo de pelo oscuro.

Morek encontró a Lethralmir más desagradable a medida que hablaba a la sobrenatural mujer, Arthelas. Ella parecía menguar a medida que la charla se desarrollaba, y su belleza se resquebrajaba  como si las tribulaciones del viaje le hubiesen pasado una enorme factura.

Kandor parecía no escuchar las observaciones del elfo de pelo oscuro, o al menos prefirió ignorarlas, decidido a salir beneficiado de la delegación.

- Síganme, por favor – dijo con cortesía.

Un pensamiento recorrió la mente de Morek. - ¡Esperad! - dijo levantando la palma de su mano. - No se permite que los forasteros lleven armas en la sala – le dijo a los elfos. - Deberéis dejarlas aquí. -

 A la señal de su capitán, la guardia real avanzó para recoger las lanzas, arcos y espadas de los elfos. Al mismo tiempo, uno de los porteadores de regalos,  Korhvale, se detuvo entre su príncipe y los enanos que se aproximaban. A pesar de no decir palabra alguna, sus intenciones eran claras: ningún elfo renunciaría a sus armas.

El príncipe murmuró algo en lengua élfica al guerrero que estaba detrás de él, sin que sus ojos se apartaran del capitán de la guardia.

- ¿Es así como establecéis los vínculos de confianza, rodeando a vuestros aliados con soldados y forzándolos a entregar sus armas? - preguntó el príncipe con creciente agitación.

- Tan solo lo pedimos – dijo Kandor, que intentaba aliviar la situación. - Vuestras armas serán guardadas en una armería privada.

 - ¿Privada? - preguntó el príncipe, espantando las incipientes respuestas de su embajador. - Percibo cierta falta de consideración, enano.

 - Aun así – aseguró Morek mientras avanzaba sin miramientos hacia los seis lanceros elfos que se habían deslizado casi de manera imperceptible a ambos lados del príncipe,  mientras sujetaban sus armas con cierta postura amenazante. -  Seréis desarmados antes de entrar en la sala. -

A pesar de que Morek medía casi dos metros menos que los elfos, se mantuvo firme como una montaña ante ellos y no sería desobedecido.

Korhvale, el guardaespaldas élfico, intercedió de nuevo, con sus nudillos apretados y una expresión en su rostro que reflejaba la agresión que estaba sufriendo.

 - Entonces deberéis arrebatárnoslas – murmuró, mientras su acento élfico se espesaba mientras luchaba por pronunciar las palabras. Esta vez Ithalred se sintió libre de dejarle actuar, mientras su rostro permanecía inmutable como si llevara una máscara de piedra. Tras él, el elfo de oscura melena  observaba con cierto regocijo, una fea sonrisa dibujada en sus labios, mientras que la mujer parecía repentinamente atemorizada por la confrontación que se aproximaba.

A Morek no le preocupó en absoluto.

- Por Grungni que lo haré, - gruñó beligerante, mientras revisaba su hacha. El resto de guardias reales se situó detrás de él, apartando a un lado al resto de nobles enanos y preparados para sacar sus armas.

 - ¡ Guardián Martillopétreo! - dijo la Reina Brunvilda, que había guardado silencio hasta ese momento. - No te atrevas a empuñar tu arma delante de mí – ordenó. - Que tus hombres se retiren a los barracones del recibidor oeste. -

El rostro de Morek se torció bajo su máscara acorazara, con un reflejo en sus ojos que delataba su estado de ánimo.

- No os dejaré... desatendida, mi reina – protestó con una mirada feroz en sus enormes ojos. - Nunca ningún guardia real en la historia del asentamiento ha... -

 - Estoy al corriente de la historia el asentamiento,   mi guardián, y he vivido muchos años entre sus muros. No tengo ninguna necesidad de guardias armados contigo a mi lado como mi guardaespaldas – añadió con una leve sonrisa para tratar de mantener la pose y la reputación de Morek. - Tu preocupación es innecesaria. Ahora, retira a la guardia real. -

Morek abrió la boca de nuevo, claramente reflejado en el movimiento de su barba, pero se contuvo de hablar ante la expresión del rostro de la reina, que no admitiría ningún nuevo argumento.

El capitán de la guardia real se encogió de hombros ligeramente, aunque se encargó de despedir a Korhvale con una mirada antes de que sus hombres se retiraran.

“Has estado a punto de probar mi hacha” pensó Morek examinando cada palabra.

 Morek hizo una reverencia más hacia su reina, quien asintió en respuesta antes de ordenar que sus guerreros se retirasen de la sala.  Los enanos comenzaron a alejarse llenos de dudas mientras el sonido que provocaban sus armaduras resonaba por toda la estancia, y Morek se situó al lado de su reina, contentándose con observar detenidamente a los elfos.



- Ahora, queridos amigos – continuó la Reina Brunvilda, - como reina de Karak Ungor, os suplico amablemente que depositéis vuestras espadas y arcos aquí. Ninguna fuerza armada armada ha entrado nunca en Karak Ungor, salvo otros dawi**. No romperé esa tradición ahora, – dijo, con una voz dulce aunque autoritaria. - Ni yo, ni ninguno de mis guerreros, debería arrebatároslas. Más bien, se os pide que renunciéis a ellas voluntariamente. Hay una antecámara previa al salón en la cual podréis dejarlas hasta que estéis preparados para dejarnos. Noble Príncipe Ithalred, - añadió, girándose hacia el príncipe, - Su fina espada es claramente una reliquia y nosotros los enanos comprendemos el valor y la importancia de dicho objeto. No le pediré apartarse de ella y, en consecuencia, tiene mi permiso para portarla en nuestro emplazamiento. El juramento de un enano es un vínculo, - añadió. - y es más fuerte que la piedra. -

El príncipe estaba a punto de responder cuando un brillo significativo procedente de su embajador, Malbeth, le hizo meditar. Hubo un entendimiento entre ellos y cuando Ithalred volvió a hablar, la agresividad de su tono había disminuido.

- Eso es aceptable – dijo, esta vez mirando a la reina a los ojos.

 - Muy bien entonces - respondió la reina. - Estáis invitados a la Gran Sala una vez os hayáis instalado en vuestros aposentos. La fortaleza de Karak Ungor ha preparado una fiesta y entretenimientos en su honor. -

- Es usted muy atenta, noble reina - intercedió Malbeth.

La reina y los elfos hicieron una última reverencia y avanzaron lentamente hacia el pórtico para depositar sus armas en la antecámara. Después de eso, Kandor los condujo a sus habitaciones mientras Morek los observaba de cerca.

Una vez se quedó a solas con el capitán de la guardia real, la Reina Brunvilda suspiró profundamente. Los elfos acababan de atravesar sus puertas y la hostilidad ya era moneda corriente.

- Podía haber ido peor – dijo Morek con honestidad, consciente de que su propia aversión a los elfos había avivado las llamas de la discordia.

La reina le ofreció en respuesta la severidad de su rostro.

 - Los elgi*** son rencorosos y no tienen honor alguno – dijo Morek para rellenar el silencio incómodo.

- Sin embargo, nos las hemos arreglado para tratar con ellos – respondió la Reina Brunvilda, con la mirada fija en la caravana de elfos que iban desapareciendo entre los pasillos, mientras pasaban por el ancho corredor hacia sus aposentos.

- Pero, mi reina, nos faltan al respeto... ¡y en nuestros propios dominios!- se quejó con un lastimero grito.

La mirada de furia de Brunvilda se posó ahora sobre la figura chapada en acero de Morek.

- Os han faltado al respeto, mi reina – dijo el capitán de la guardia real, con un tono de voz que se iba suavizando mientras miraba a los ojos de la matriarca.

Durante un momento la expresión de la reina se suavizó, pero entonces, tras un instante de reflexión, su apariencia dura como la roca regresó junto con su furia hacia Morek.

- Dejadnos a nosotros litigar con su cambiante humor – dijo con voz calmada, y se dirigió hacia la Gran Sala donde su rey le aguardaba.

- Siento cómo ese olor, esa oscuridad, se filtra en cada fibra de mi piel – dijo el Príncipe Ithalred con su ceño fruncido mientras observaba a los artesanos elfos levantar su gran carpa.

Kandor, el mercader enano, había conducido a los elfos hacia lo que él describió como la “Sala de Belgrad” en el ala este del emplazamiento. Esos “aposentos” consistían en una amplia cámara central, donde se suponía que se instalarían el príncipe elfo y su corte, entre dos amplias galerías donde sus guerreros podrían asentarse, y cuatro antecámaras, dos de ellas anexadas a las galerías en las cuales se acomodarían los sirvientes y guardarían sus cosas.

A pesar de haber estado abandonadas durante largo tiempo desde que se agotaron sus filones de minerales, las habitaciones eran magníficas y estaban espléndidamente decoradas. El suelo estaba arreglado con lustrosas losas de bronce pulido. Los brillantes arcos, rematados en joyas, se elevaban sobre sus cabezas en los techos abovedados, sujetas por gruesas columnas adornadas por bronce y plata. De las paredes colgaban relumbrantes antorchas cuyo tenue brillo resplandecía como el oro fundido. Esta “opulencia” había fracasado a la hora de impresionar a los elfos, y una vez los enanos se fueron, el príncipe dispuso a trabajar a sus ayudantes rápidamente.

Según Kandor, la Sala de Belgrad era antiguamente los aposentos de un noble enano muerto hacía mucho tiempo. Por lo menos eso fue lo que Ithalred pudo discernir con sus escasos conocimientos sobre Khazalid.

- Cada centímetro de la cripta es como describió el enano – dijo, mientras su corte de sirvientes trabajaba duro para tratar de adecentarla a su gusto.

Sobre las losas del suelo desenrollaban cinturones de seda blanca que eran alzados con unas extensiones de madera, para finalmente formar unas extensas tiendas. En la lujosa tela había cosidos diseños élficos: runas de Lileath, Isha y Kurnous, halcones de presa y águilas elevándose, un fénix resurgido y un dragón rampante. Ellos representaban Ulthuan, sus dioses y los símbolos de su poder.

Una vez alzaron las tiendas, las llenaron de alfombras y pieles, colgaron tapices y las adornaron con tallas de madera tan grandes como camas, taburetes y cómodas decoradas con joyas e imágenes élficas. Ithalred había traído consigo varios percherones y carros élficos desde Eataine. Todo su equipaje había sido transportado al interior del emplazamiento por sus sirvientes, y sus caballos fueron alojados en los establos subterráneos de los enanos – los elfos enfermaron ante la idea de dejar a sus reses bajo la tierra.

Cada carpa que los elfos habían traído consigo reservadas para los nobles estaba dividida en varias habitaciones. Estaban decoradas de acuerdo a sus gustos con almohadas y pendones. Largas cortinas de terciopelo contenían el aroma de las especias que ardían lentamente en vajillas de plata que intentaban alejar el persistente olor a humo y aceite que surgía del subsuelo.

Como embajador del príncipe, se le permitió a Malbeth ocupar una habitación separada del resto. Los aposentos de la corte élfica disponían de comodidades menos grandiosas, sus tiendas eran más pequeñas y carecían de los extravagantes lujos y fineza presentes en el resto de carpas, aunque no prescindían de sus propias comodidades.

- No solemos hacer este tipo de... cosas, mi príncipe, pero obviamente esta sala tiene algún tipo de significado para los enanos. Al otorgarnos estas comodidades nos están haciendo entrega de un gran honor – aconsejó Malbeth, tratando de alejar de la mente del príncipe un comienzo tan poco apropiado.

- Malbeth, estás tan embriagado por estos seres manchados de hollín que no te das cuenta de que nos han obligado a habitar una cueva, ¿o acaso Loec te ha engañado con algún atractivo que oculta la realidad del problema? – preguntó Lethralmir, mientras se situaba a la vera del príncipe acompañado por Arthelas.

El embajador se mantuvo firme ante la presencia del noble pero se mordió la lengua cuando sintió que su corazón se estaba inflando de rabia. Lethralmir era el compañero más cercano y mejor amigo de Ithalred. Fueron compañeros de armas en el campo de batalla en numerosas ocasiones y compartían una unión de sangre que era imprudente cambiar. Malbeth perdería todos sus favores si mencionaba una sola palabra en contra del maestro de la espada, y necesitaba tener al príncipe de su lado si pretendían llegar a algún tipo de acuerdo con los enanos.

- ¿Un honor, dices? – continuó Lethralmir. – Yo no lo veo así. Estas estancias excavadas en la tierra son espléndidas para revolcarse entre suciedad. Incluso sus aposentos reales están sujetos a tal ignominia, pero la sangre pura de Ulthuan no se rebajará a tales niveles. -

Arthelas dejó escapar una leve risa. Incluso Ithalred reprimió una sonrisa ante la puntualización del maestro de la espada.

- Mi señor – dijo el sirviente mientras se reverenciaba ante el príncipe, - ¿dónde debo poner esto? – el elfo de lisa vestimenta portaba un pequeño cofre de diseño enano, uno que era obviamente dirigido hacia el príncipe. Por el sonido que surgía de el, parecía que hubiese botellas en su interior.

Ithalred reaccionó ante el objeto como si fuese algo desagradable que hubiese dejado olvidado.

- Pósalo con el resto – dijo, y miró hacia un lado. El sirviente le hizo un gesto y se retiró.

Malbeth le vio llevar el cofre enano a una de las antecámaras donde observó la sombría figura de otros objetos y regalos de sus anfitriones. Los enanos habían organizado un pequeño banquete con comida y bebida, junto con todos los taburetes y mesas que sus invitados pudieran usar. Los elfos las habían apartado rápidamente, retirándolos de manera poco ceremoniosa hacia un lugar que quedase fuera de su vista. Para Malbeth, verlo fue doloroso. Tenía la esperanza de que Ithalred hubiese intentado comprender la cultura enana. Sin embargo, parecía que no tenía la intención de hacerlo.

Incluso las antorchas enanas fueron retiradas, ya que el príncipe se quejó del olor del humo que éstas exudaban. En su lugar, los sirvientes colocaron linternas élficas con cordeles de plata. Los soportes de madera impecablemente tallada sujetaban las plateadas linternas, y estas a su vez estaban adornadas con parte de la flora nativa de Ulthuan. El olor de las flores enmascaró, en parte, el fuerte olor a hollín, aceite y piedra picada que flotaba en el aire, aparte de estar reforzado por los quemadores de inciensos, enormes calderos dorados situados alrededor de toda la sala principal, que relucían con un tenue brillo.

Una vez terminaron, era como si los elfos hubiesen recreado un trozo de Tor Eorfith en las habitaciones subterráneas de Karak Ungor.

- Deberá hacerse – dijo el príncipe mientras se dirigía con paso ligero hacia su carpa. – Lethralmir – añadió. El otro noble se detuvo sobre sus pasos mientras él se situaba junto a la hermana de príncipe.

La cara de Korhvale se ensombreció abruptamente cuando el maestro de la espada se aproximó a Arthelas.
- ¿Sí, Ithalred? – dijo Lethralmir.

- Que mis sirvientes me preparen un baño, y envía a una dama para que me frote. Necesito que alguien quite toda esta suciedad de mi cuerpo. -

- Por supuesto, mi príncipe – respondió Lethralmir, enmascarando su irritación mientras se dirigía hacia los sirvientes que esperaban fuera.

- ¿Y qué hay del tratado comercial? – intercedió Malbeth, justo antes de que el príncipe desapareciera tras las cortinas de su tienda. – Tenemos mucho de que hablar. -

- Atenderé esos asuntos más tarde... con algo de vino – respondió, y entró en su tienda sin mirar atrás.

Korhvale se apresuró a seguirle, pero se detuvo antes de entrar y se contentó con aguardar en la entrada. Él era un León Blanco, la guardia real por tradición de los nobles de Ulthuan, y nativo además de la montañosa región de Cracia. A Malbeth le gustaba Korhvale. A pesar de ser hosco y taciturno, hablaba clara y sinceramente, sin la clase de lenguaje venenoso y lleno de bilis que Lethralmir favorecía. El embajador se percató de que el León Blanco se fijó durante mucho tiempo en Arthelas mientras ella se dirigía a su tienda, y apartó la mirada cuando sus ojos se encontraron con los de la vidente.

"Parece que tienes muchos pretendientes, algo que disgustará mucho a tu hermano, vidente” pensó Malbeth mientras se retiraba a sus aposentos.

Las cortinas de la tienda se corrieron tras él y Malbeth suspiró profundamente, después de hacer que sus sirvientes se retiraran para que pudiera estar solo. Había trabajado muy duro para que esta reunión con los enanos fuese posible, a pesar de las reticencias de Ithalred. Sabía que no iba a ser fácil, que su mayor obstáculo sería la actitud y la arrogancia del príncipe. Como hijo de Eataine, su sangre portaba la realeza de Ulthuan e Ithalred era tan noble y orgulloso como cualquiera de sus antecesores. Su abuelo había luchado junto con el mismísimo Aenarion, ayudando al que posiblemente fue el más trágico de todos los héroes elfos a repeler las hordas de demonios hacia el abismo del cual habían salido.

La historia no era la única cosa que estaba a favor de Ithalred. El rango social de su padre y su tío eran considerables y su familia es una de las más influyentes de los Reinos Interiores. Ithalred, sin embargo, no tenía deseos de cementar las bases de su fortuna en tierras y títulos; él era un explorador, y en eso él y Malbeth eran almas gemelas. Pequeñas maravillas una vez contemplada la Torre Brillante – esa gloriosa columna de la plata más pura, que se alza como un torreón eterno frente a la Puerta Esmeralda de Lothern – la cual había devuelto a Ithalred la el ansia por la exploración y desde donde partió hacia las tierras que se hallaban al otro lado del Gran Océano. No pudo reprimir su deseo como un enano no puede aplacar sus ganas de cavar en una montaña. Lo llevaba en la sangre.

Malbeth sabía que para el príncipe había sido especialmente duro el ir hacia los enanos, aunque fuese bajo la mascarada de un acuerdo comercial, pero ahora se encontraba aquí y necesitaban hacer las cosas lo mejor posible para congraciarse con sus anfitriones, si es que eso era posible. Aún con todo, Malbeth tenía la esperanzadora idea de que la primera reunión con los enanos hubiera salido mucho mejor de no haber sido por la estrecha mente de Ithalred y su arrogante superioridad.

La suya era una necesidad terrible, aunque el príncipe nunca se atreviera a reconocerla. Establecer un pacto de comercio con los enanos era algo minoritario pero necesario al fin y al cabo; sin el, los elfos no obtendrían lo que realmente andaban buscando.

***


*:Insensato, crédulo.
**:Enanos
***:Elfos


Diccionario de Khazalid del libro de ejército de Enanos de 4ª edición de Warhammer Fantasy. Podéis consultarlo aquí.

jueves, 27 de marzo de 2014

40K Revolution: Codex Ultramarines



¡Ya están aquí los Ultramarines! Aquí tenéis para descargar el primer codex de 40K Revolution, un documento de 79 páginas repleto de datos para que podáis utilizar un ejército de los Ultramarines en nuestra versión de 40K. El manual incluye la lista de ejército, las tarjetas de los vehículos (incluyendo el Land Raider Helios), la armería de los Ultramarines, sus poderes psíquicos, sus cartas de estrategia y siete personajes especiales. Se trata de una versión beta, un punto de partida sobre el cual construiremos muchos otros codex.

Si queréis utilizar un ejército Ultramarine en 40K Revolution, o uno de sus capítulos sucesores, aquí encontrarás todo lo necesario.

DESCARGAR CODEX ULTRAMARINES 40K REVOLUTION

Para ver el reglamento, el manual de equipo y todos los documentos que vayamos publicando sobre 40K Revolution, pinchad AQUÍ. Disfrutad de la calma antes de la tormenta, guerreros de Maccrage, porque la semana que viene llegan vuestros archienemigos... ¡El Gran Devorador!

miércoles, 26 de marzo de 2014

Guerra en color: Poseídos de los Mil Hijos



Sigo pintando, un poco todos los días (o casi todos), a ver si consigo terminar de pintar alguno de mis ejércitos. Hasta el momento voy avanzando, pero como al terminar una escuadra o unidad suelo cambiar (para no aburrirme de pintar cincuenta gantes, cuarenta goblins o veinte bárbaros), así que el proyecto de tener algún ejército completamente pintado tendrá que esperar. Esta semana he terminado de pintar una escuadra de 9 poseídos de los Mil Hijos (neófitos con la semilla genética implantada en tiempos recientes que han sucumbido al Cambio de Carne). Aquí tenéis los resultados.


La escuadra entera, que ha salido un poco borrosa.

El campeón (en el centro) y dos poseídos

Garras, pinchos y mal genio xD

¡Poseídos bailongos!

Tengo a punto también una escuadra de exterminadores-rúbrica, de la que pronto pondré fotos, y también una "copia de seguridad" de un rhino (¡gracias, Elric!), aunque no garantizo que vaya a terminarlo pronto. Igual me pongo a pintar guerreros del Caos de Slaanesh, que tengo pendientes de hace tiempo...

¡Que no paren esos pinceles!

martes, 25 de marzo de 2014

Estrategia para necios



Con este título tan provocador voy a comenzar esta entrada (y quizá, serie de entradas, si os gusta). ¿Y por qué este título? Bueno, realmente es un cúmulo de muchas cosas. En primer lugar, no significa que esta entrada vaya dirigida a aquellos que sufren de necedad crónica (esos nunca aprenden). Es sólo una forma humorística de referirme a algunas nociones estratégicas básicas... aunque no son tan básicas, por lo que parece.

Voy a tratar el tema refiriéndome a Warhammer; en concreto a la octava edición, pero en teoría esto debería poder aplicarse a cualquier sistema de características similares que represente combates entre ejércitos medieval-fantásticos. Al fin y al cabo, un ejército es un ejército, y las reglas deberían tener en cuenta algunos de los factores más básicos. Si no, quizá el juego tenga un nivel de abstracción muy elevado (o es una mierda, vamos).

¿Y por qué ahora me ha dado por hacer una sección de Estrategia para novatos? Pues porque me he dado cuenta de que la gran mayoría de los jugadores actuales de Warhammer no tienen ni idea de los conceptos más básicos. Mucho Príncipe Demonio y mucha torre de Fozzrik, pero de lo que es estrategia, cero. Y quiero aportar mi pequeño granito de arena, explicando algunas cosas que, aunque a muchos les puedan parecer muy básicas, garantizo que muchos otros ni siquiera lo habían pensado.

Empecemos por el principio. Aquí tenemos una unidad:



Como podéis ver en la imagen, se muestra cuál es el frontal de la unidad, cuáles sus flancos y cuál su retaguardia. Pues bien: he aquí el primer secreto estratégico: un ejército, como conjunto, también tiene frente, flancos y retaguardia. No hace falta que haya una regla especial que te diga que algo gana más nosecuantos a la tirada de zurración si atacas a un ejército por el flanco o la retaguardia: el propio sistema debe tener eso en cuenta.

Pues sí: tu ejército, en conjunto, tiene flancos. Son sus laterales, por donde te pueden atacar y j*derte vivo, porque normalmente el grueso de tu ejército estará en el centro. Por los flancos son muy útiles las tropas rápidas, como la caballería, los carros o los hostigadores, ya que se pueden mover a mayor velocidad (o con mayor facilidad) para amenazar los flancos del rival o, si lo consigues, colocarte a su espalda y amenazar su retaguardia. ¿Y qué consigues con eso? Pues le creas un peligro en un costado (o a su espalda), y haces que, si se encara, pierda un turno (o dos), ya que tus tropas suelen ser más móviles y pueden alejarse más rápido de lo que el enemigo puede perseguirte.

Truco 1: Si una unidad de caballería ligera se sitúa detrás de tu unidad más potente y te dispara con arcos, IGNÓRALA. Si te das media vuelta para encararte a ella, se irá tan rápido que no podrás seguirla, tendrás tu unidad encarada de espaldas hacia el enemigo, y habrás roto tu frente de batalla.

¡No te vuelvas hacia ellos! ¡Puedes perder la batalla por ese movimiento!


El frente de batalla, otro concepto importante. Mientras tu ejército avanza (o se está quieto), tus unidades han de mantener una coherencia, protegiéndose los flancos unas a las otras, y procurando no dejar huecos en la línea de batalla para que el oponente no nos pueda colar una unidad rápida. Lamentablemente, esto no vale contra las voladoras, que se pueden colar hasta la cocina, por lo que debemos considerar tener alguna unidad de "refresco" para hacer frente al problema de las voladoras. Es lo que tiene ir por el aire...

Y vamos a hablar un poco de la superioridad numérica. La superioridad numérica influye mucho en las batallas. Está claro que una unidad de 70 goblins es más numerosa que una de 12 guerreros del Caos. Pero un ejército que tenga 200 miniaturas distribuidas en 3 unidades es menos numeroso que uno que tenga 100 miniaturas distribuidas en 6 unidades. Cuantas más unidades tengas, mayor es tu superioridad numérica. Si tienes el doble de unidades que el enemigo, puedes plantear tu ataque yendo con 2 unidades tuyas a por cada una de las suyas. Puedes trabarle con una y luego flanquearle con la otra, aumentando tus posibilidades de victoria. Puedes rodearle, que de eso se trata.

Truco 2: No puedes rodear a ejércitos que sean más numerosos que el tuyo. Por ejemplo, tres unidades de jinetes oscuros acompañados de unos pocos lanzavirotes no pueden rodear a ocho unidades de goblins. Si no entiendes esto, pásate al parchís o a otros juegos en los que no haya que pensar mucho... :P

Bueno, hasta aquí por hoy, que tengo que dirigir una partida de Vampiro: la Mascarada. Otro día seguiré con estas nociones básicas de estrategia. Disfrutad, y pensad antes de hacer las cosas...


lunes, 24 de marzo de 2014

Al restaurar, ¿por dónde empezar?

Hace un tiempo que el asunto del espacio se ha convertido en un problema para mi, y hay partes del hobby que he tenido que dejar un poco aparcadas. Aprovechando que Yibrael y Ragnor se han puesto las pilas con el proyecto 40k Revolution, he visto una muy buena oportunidad para aprender a jugar. ¿Y con qué voy a empezar? Pues con Ángeles Oscuros, el ejército que tengo  desde los tiempos del garaje y que ahora pretendo restaurar.

Piezas por doquier...


Veteranos por terminar...


Exterminadores por pintar...


Una "copia de seguridad" de un Rhino por cortesía de Elric...


Un dreadnought de metal del capítulo...


Un capitán bastante viejo...


Exterminadores que pude montar completos...


Y el "apotechnario" xD

Como veis, hay mucho trabajo por hacer. Ayer apenas tuve tiempo de quitar rebabas, separar y clasificar piezas y quedarme con muchos conceptos nuevos para mi, pues nunca he sido un fan de la "guerra moderna". Motivado por la iniciativa de Bairrin, pretendo subir fotos de mis progresos. Eso si, cuando pueda dedicarme a ello.

domingo, 23 de marzo de 2014

Guardián del Honor (presentación y capítulo 1)

Esta semana ha sido un tanto difícil en lo que se refiere a asuntos familiares, y no me ha dado tiempo de preparar ninguna entrada para el blog. Con esto tampoco quiero decir que no haya trabajado en absoluto, pero el tipo de labores que suelo realizar para la Biblioteca normalmente tardan en verse finalizadas. A pesar de no tener completada la traducción de la novela Honourkeeper de Nick Kyme, considero que llevo adelantado el suficiente trabajo como para comprometerme desde ahora a que, el primer lunes de cada mes, publicaré por lo menos un capítulo del libro. Con esto pretendo ir contentando a aquellos que tienen ganas de leer el libro, y forzarme a seguir traduciendo a un ritmo que se acerque más a la constancia; mi propio "Desafío de Feb-Hero".



Aun así, me reservo el derecho de partir en dos algunos capítulos que sean excesivamente largos. Del mismo modo, cuanto más rápido trabaje en ello, iré acelerando las publicaciones. Dado que ya publiqué un fragmento del primer capítulo y como queda poco para terminar el mes, os adelanto el primer capítulo completo de Guardián del Honor, y seguiré con el siguiente el primer lunes de abril. Y como siempre, tendréis la lista actualizada de capítulos publicados en la sección Relatos y Trasfondo. ¡Espero que os guste!


*****



Siglos antes de que Sigmar uniera las tribus de los hombres y forjara el Imperio, los enanos y los elfos dominaban el Viejo Mundo.

Bajo las montañas de estas tierras se esconde el gran tesoro de los enanos. Una raza venerable y orgullosa, que había estado gobernando desde sus poblados subterráneos durante miles de años. Su reino se extiende a lo largo y ancho del Viejo Mundo y la majestuosidad de su arquitectura se encuentra valientemente a la vista de todos, excavada en la misma tierra.

Ingenieros y mineros sin igual, los enanos son expertos artesanos que comparten una profunda pasión por el oro, al igual que otras criaturas. Pieles verdes, skaven y  las bestias más mortíferas que habitan en las profundidades del mundo vigilan con ojos envidiosos las riquezas de los enanos.

En la cumbre de su Edad Dorada, los enanos disfrutaban de su dominio sobre el mundo pero la amarga guerra contra los elfos y los estragos producidos por los terremotos pusieron fin a aquella feliz época. Gobernados por el Alto Rey de Karaz-a-Karak, el más importante de sus mandatarios, los enanos intentan aplacar el amargo recuerdo de la derrota, llamando desesperadamente a los últimos vestigios de su anteriormente orgulloso reino, tratando de proteger sus rocosas fronteras de sus enemigos en la superficie y bajo la tierra.



ACTO PRIMERO
FORJADO EN HIERRO

Capítulo uno
Comienzos y finales

IR A CAPÍTULO DOS


El Rey Bagrik sobrevivió a la carnicería que se produjo en el campo de batalla, apostado en lo alto de una cresta de piedra tras los arqueros. Su ejército puso su acero, sudor y sangre por todo el fangoso valle, lleno de colinas, terraplenes y empalizadas. Sobre su ancestral escudo de guerra, que era portado por dos de sus más fornidos guardianes, el rey de Karak Ungor tenía una vista sin igual. El foso de plata que habían formado los elfos brillaba como un lazo tornasolado al reflejar el fuego de las torres en llamas. Bagrik observó agudamente cómo caían los puentes chapados en gromril, como los árboles utilizados para construir sus torres de asedio y los guerreros con escalas que los cruzaban. Refugiados en el fondo de un pequeño barranco en el lado opuesto de la colina, Bagrik podía escuchar el alentador ruido de los herreros en las forjas, trabajando para hacer más puentes, pernos de lanzavirotes, puntas de ballesta y paveses.

La expresión de Bagrik se endureció al ver cómo una de las torres de asedio se tambaleaba y caía sobre uno de los puentes mientras se hundía en el foso, llevándose consigo a la mayor parte de la tripulación. Otros tuvieron mejor suerte y las batallas hicieron erupción a lo largo de la muralla élfica con lanzas, martillos y hachas.

Se hinchó de orgullo al ver a sus hermanos de corazón unidos en la furiosa batalla contra un enemigo tan poderoso. El temor templó el orgullo, y la ira aplastó ambas emociones mientras Bagrik fulminaba la ciudad con la mirada. Los elfos la llamaban Tor Eorfith. Nido de Águilas. Era un nombre acertado para aquellas torres en el cénit de la ciudad, que perforaban las nubes y casi parecían tocar las estrellas. Eran los dominios de los magos, grandes observatorios donde los hechiceros elfos podían contemplar las constelaciones y supuestamente, vaticinar acontecimientos futuros.

Bagrik apostaba a que no lo habrían visto venir.

No sentían amor por el cielo, las nubes o las estrellas; su dominio era la tierra y su solidez bajo y sobre él le proporcionaba confort. La tierra contenía la esencia de sus dioses ancestrales, ya que era el corazón al que regresaban cuando su tarea era llevada a cabo. Dieron el conocimiento a los enanos de cómo trabajar el mineral para formar estructuras, armaduras y armas.

Grungni, junto con sus hijos Smednir y Thungni, les habían mostrado la verdadera naturaleza de la magia, cómo imbuirla en sus runas y cómo grabarlas de forma indeleble en las hojas de sus armas, escudos y talismanes para forjar poderosos artefactos. Bagrik no sentía amor por la efímera hechicería de los elfos. Manipular los verdaderos elementos del mundo de esa forma rompía su armonía. El intentar controlarlos era un golpe de arrogancia, y lo peor una falta de respeto. No, Bagrik no tenía nada que ver con aquellas cosas transitorias. Se enfureció. Las torres de los magos serían las primeras en caer.

Los enormes pedazos de roca que arrojaban los lanzaagravios enanos destruían las torres, provocando explosiones de miles de colores. Los secretos arcanos y el conocimiento alquímico que guardaban sus moradores se volvieron contra ellos, y solo sirvieron para reafirmar la vehemente creencia de Bagrik. Ahora no eran más que un puñado de puntas de piedra ennegrecida, dedos rotos orientados hacia un cielo indiferente, su comunión con las estrellas en un final.

Era un epitafio apropiado.

Durante un breve instante el aire ardió cuando la hechicería élfica se encontró con el poder rúnico de la artesanía enana, obligando a Bagrik a centrarse en el presente. A lo lejos colina abajo, los herreros rúnicos trabajaban en los yunques, recitando solemnes y resonantes letanías a sus ancestros. No eran simples yunques de forja, no. Aquellos eran artefactos rúnicos – Yunques Rúnicos. Agrin Centrorrobusto, venerable señor de las runas de Karak Ungor llevo a sus dos aprendices, maestros rúnicos por derecho propio, a que realizaran sus poderosos rituales con los que disipaban la hostil magia élfica y desencadenaban rayos sobre los enemigos. Con cada golpe arqueado, Bagrik sentía que la barba se le ponía de punta mientras la carga recorría su ancestral armadura.

La muerte colmaba el campo de batalla como un manto sombrío, pero fue en los portones donde realizó su mayor cosecha.

Destroza el portón, destroza a los elfos. Bagrik apretaba el puño mientras bajaba su vista hacia la batalla que se estaba librando frente a él. No se conformaba con nada menos...

– ¡Empujad! –El grito de Morek se escuchó por encima de los truenos. Su voz resonaba tras la máscara de bronce de su casco mientras continuaba alentando a sus hombres.

– Empujad con todas vuestras fuerzas. Grungni nos está mirando. – Y sus treinta martilladores lo hicieron.

Los acorazados enanos intentaron nuevamente derribar las puertas con la embestida de un ariete con una cabeza chapada en resistente gromril. Las runas inscritas por todo el eje de hierro del ariete brillaban con cada embestida como la cabeza de gromril con el rostro de su antepasado, el dios Grungni.  Aquella barrera no se parecía en nada a cualquier otra que Morek hubiera visto, adornada con piedras preciosas y con una madera que parecía irrompible. El símbolo del águila situado en la parte alta de la puerta apenas parecía tener un rasguño. Los elfos conocían bien su oficio, a pesar de sus creencias iniciales. La determinación de Morek no le permitía abandonar y volvió a dar la orden a sus sudorosos guerreros de forma implacable.

– Otra vez. No habrá descanso hasta que ese portón caiga. –

Una enorme vibración recorría el ariete con cada impacto mientras la tenacidad de los enanos chocaba con la resistencia de los elfos y ambos bandos se encontraron en un callejón sin salida. Morek se detuvo un momento para limpiarse la barba con el guante mientras respiraba trabajosamente y escuchó un crujido de metal en lo alto. Era ya el tercer día de asedio. Habían tenido tiempo de sobra para observar las defensas de la ciudad.  Los elfos habían preparado calderos sobre la puerta de entrada.

– ¡Escudos! – rugió alto y claro.

Los guerreros enanos reaccionaron como uno solo, creando una barrera casi impenetrable  con la que proteger la vulnerabilidad de sus flancos mientras arremetían con el ariete. Casi insalvable, pero no invencible.

Se escuchó el silbido crepitante de las llamas y un olor actínico abofeteó la nariz de la guardia de Morek cuando los elfos lanzaron su fuego alquímico. Los gritos ahogaron el clamor de la batalla mientras los guerreros enanos caían consumidos por el fuego como pequeños cirios. Morek se percató de una borrosa forma que se había reflejado en su escudo, cayendo desde lo alto del estrecho puente en el que realizaron el asalto hacia el foso situado bajo éste. Una columna en espiral de fuego azulado salió disparada hacia los cielos, hasta hacerse tan alta que tocaba las nubes mientras el enano en llamas se estampaba en el suelo del foso. Los elfos, empleando sus malditos trucos de hechicería, habían llenado una profunda zanja con plata fundida alrededor de la ciudad y la reacción del fuego alquímico en contacto con el brillante líquido fue tan espectacular como terrorífica.
 
Un segundo diluvio del mortal líquido golpeó el ariete, mientras los elfos intentaban despejar la zona desesperadamente. La ola de calor traspasó el escudo de Morek, calándole hasta su cuerpo a pesar de la armadura. Apretó los dientes mientras sentía la embestida, viendo chispas iridiscentes crepitar y extinguirse sobre las rocas a sus pies mientras el contraataque de los asediados elfos se esparcía por el suelo.
 
Esta vez no hubo gritos. El ataque había cesado. Los elfos habían gastado los dos calderos. Ya no les quedaban más. Les tomaría demasiado tiempo reponer aquel mortífero líquido. En aquel breve respiro, Morek hizo balance y sonrió amargamente. Solo habían muerto tres  martilladores: sus guerreros habían cerrado sus filas rápidamente. Pero los elfos eran más. Mientras el maltrato hacia la puerta continuaba, una ráfaga de flechas con plumas blancas cruzó los aires desde lo alto hacia los enanos, creando un ruido sordo mientras golpeteaban en sus placas y sus escudos. A pesar de la bóveda acorazaba que formaban, una flecha se clavó en la protección del hombro de Morek. Hagri, el enano que cubría su flanco, fue golpeado increíblemente entre la gargantilla y el protector facial, haciendo que se desangrara hasta morir entre gorgoteos. Debido a la ira, Morek se mordió la barba. Hagri había combatido a su lado durante más de setenta años. Esa no era la forma de morir de un guerrero tan honorable.

La tormenta de flechas era implacable y los enanos la contenían de forma efectiva alzando sus escudos, pero de esta forma no eran capaces de embestir con el ariete. Morek puedo ver a los elfos vestidos de blanco a través de un pequeño hueco entre su escudo y el ariete – esbeltas figuras de rostro severo con cascos plateados en forma de cisne – que soltaban mortíferos colmillos metálicos con crueles propósitos. Los arqueros se alineaban en las almenas y mientras Morek exploraba la zona, divisó un mago elfo que realizaba un encantamiento sin hacer apenas ruido, mientras el estruendo de la batalla eclipsaba su lenguaje sobrenatural. En un estallido de poder, el mago se vio envuelto en una chispeante aura azul celeste. La melena plateada del mago se erizó en el momento en el que salió del mago un rayo en forma de arco que se bifurcaba, lanzado directamente hacia Morek y sus guerreros. Pero antes de que los rayos pudieran alcanzar su objetivo, una barrera invisible los hizo desviarse. Tras el fogonazo tuvieron que parpadear para recobrar la visión, y tras murmurar un agradecimiento al señor de las runas Agrin Centrorrobusto, Morek siguió con la mirada la errática desviación del rayo.

Una de las distantes torres de asedio enanas que asaltaba la muralla este explotó cuando el rayo la fijó como objetivo sobre el que descargar su ira. Varios enanos cayeron desde el parapeto de la torre, gritando de manera ahogada en la distancia. Se destruyeron por completo la rampa de asalto y la  caseta superior de la torreta. El fuego la consumió por dentro y por fuera, hasta que ésta se detuvo. Sin embargo, otras tres torres ocuparon su lugar, empujadas al combate por hordas de guerreros enanos protegidos por paveses de hierro y madera. Las acorazadas rampas chocaron al unísono sobre los parapetos élficos, aplastándolos antes de vomitar una multitud de guerreros de clan.
 
Los enanos marchaban en masa por toda la tierra agrietada, desde el lugar sobre el cual la noche se acercaba, de este a oeste. Equipos de zapadores arrojaron los rezones y se alzaban mientras intentaban derribar las secciones en ruinas del muro y la pared.  Los ballesteros, agazapados tras las barricadas, mantenían un bombardeo constante de virotes, intentando equilibrar el número de bajas conseguido por los arqueros elfos y sus lanzavirotes. Los guerreros enanos pelearon y murieron sobre las ensangrentadas rampas de las torres de asedio, mientras batallaban duramente sobre las escalas de asedio. Pero era frente al portón principal donde se estaba llevando a cabo la parte más encarnizada de la lucha. Sabiendo que esto pasaría, Morek había llevado consigo a sus mejores guerreros y le dijo a su rey que la derribaría. No tenía la más mínima intención de fracasar.

- Parecemos  monigotes aquí sentados – dijo Fundin Dedo de Hierro, un rompehierro que se encontraba agazapado tras Morek, cuya voz retumbaba en su yelmo.

Morek tuvo que gritar para sus soldados pudieran escucharle bajo la incesante lluvia de flechas.

- Esto no es nada, amigo. Una pequeña ducha, nada más que eso. Ellos no pueden disparar hacia nosotros para siempre, y una vez se les acaben las flechas tiraremos ese portón abajo. Entonces probarán el acero enano – Morek se vio obligado a agacharse cuando la tormenta se intensificaba.

- ¿Eh, amigo? - dijo durante una breve calma de disparos de flecha, mirando atrás a Fundin.

El rompehierro no respondió. Estaba muerto, de un disparo en un ojo.

Obedientemente, el siguiente rompehierro avanzó hacia la línea para ocupar el lugar de Fundin, cuyo cuerpo había sido apartado a un lado pasando a ofrecer una relativa protección que lo cubriría de las flechas perdidas.

No, pensó Morek de forma macabra. No tenía intención de fallar en su juramento pero si la tormenta de flechas no terminaba pronto no le quedarían suficientes guerreros para echar el portón abajo y cumplirlo. Tocó su amuleto rúnico e hizo una plegaria a Grungni para que eso no fuese así.

***

El aire estaba denso, repleto de flechas, explosiones, fuego, rayos y rocas. Bagrik observaba cómo una batería de catapultas lanzaban de forma masiva rocas enormes que habían sido sustraídas de la colina y que ahora estaban estrellándose en Tor Eorfith, resquebrajando sus paredes y pulverizando carne y hueso. Con amarga satisfacción, vio cómo un proyectil golpeaba el arco central del portón de entrada donde sus rompehierros permanecían refugiados bajo el ariete. Los cuerpos de los elfos cayeron como lluvia blanquecina.

Gritos de júbilo alabaron la destrucción del portón y la lluvia de flechas se detuvo de forma sangrienta. Los escombros salieron disparados junto con los elfos muertos, enormes pedazos de roca y cuerpos mutilados rebotaban sobre el techo de gromril del ariete.

Morek apresuró a los rompehierros a que se esforzasen aún más. Tiraban y empujaban, tiraban y empujaban con la atronadora insistencia de un gigante furioso. Por fin, las runas inscritas en la cabeza del ariete estaban surtiendo su efecto, abriendo brechas en las protecciones mágicas que galvanizaban la puerta. La magia impregnaba todo aquello que los elfos hacían; era como si rezumase de cada trozo de roca y madera de sus asentamientos. - Tor Eorfith no era diferente. Había sido encantada para repeler a los enanos durante todo este tiempo. Esa protección había terminado con la muerte de su mago de cabello plateado, que ahora no era más que una nota a pie de página en la historia hecha añicos, muerto y destrozado al pie del muro exterior del portón.

Aparecieron enormes grietas en la puerta con forma de águila como si finalmente comenzase a ceder ante los esfuerzos de los rompehierros.
Morek podía sentir que se encontraban muy cerca de su objetivo. - ¡Un último esfuerzo!-

Con un poderoso resquebrajar de madera, la puerta élfica se partió en dos.  A través de la enorme brecha, Morek vislumbró túnicas azules y cotas de malla élfica. Les aguardaban una corte de lanceros con sus puntas inclinadas hacia el exterior como un bosque de cuchillas de afeitar. Entonces, como uno solo, los elfos se apartaron como un mar de cristal para revelar una pareja de lanzavirotes con forma de halcón.

Los enanos alzaron sus escudos mientras los proyectiles volaban hacia ellos como jabalinas. Cayeron tres rompehierros más, empalados por proyectiles afilados. Morek sacó su hacha una vez el bombardeo había terminado, sintiendo su peso sobre los hombros. Los lanceros habían cerrado nuevamente sus filas , preparados para ensartar a su enemigo. Morek alzó su hacha con las runas en la hoja apuntando hacia el cielo y declaró la orden de cargar.

Bagrik observó caer el portón y a los rompehierros avanzar con rapidez al encuentro de los lanceros. La elevada cresta resultaba una ventaja excelente desde la cual ver el campo de batalla y el rey se recreó por completo en el espectáculo. Incluso mientras los elfos peleaban, mientras lanzaban flechas desde sus torretas en las murallas, desplegados rayos y fuego arcanos e incluso con relucientes lanzas y espadas, Bagrik podría decir que ese iba a ser su empujón final. El ejército enano estaba a punto de destrozarlos.

Tras tres largos días se encontraban a punto de alcanzar la cúspide de la victoria. Nada lo satisfacía, nada aplacaba su sed de venganza ni menguaba su rabia. No prolongó el asedio; no se habían levantado piquetes,  no se destruyeron los pozos ni se contaminaron las provisiones. Completo asalto. Eso fue todo. Llegó a sus cálculos el Portón de Gazul, la puerta final antes de ser admitido en la Sala de los Ancestros en la otra vida de los enanos, y la sangre derramada en la cuenta de Bagrik. No le importó.

- Mi rey – le llegó la voz de Grikk Barbahierro, el capitán de los rompehierros e interrumpió los pensamientos de Bagrik. Ni un centímetro del cuerpo del rompehierro podía ser visto tras el traje acorazado de gromril. Incluso su rostro estaba oculto bajo una estilizada máscara enana. Tan solo quedaba visible su trenzada barba negra. Era una precaución necesaria. Como rompehierro, Grikk era responsable de proteger el pasaje subterráneo enano, un peligroso camino bajo la tierra entre bodegas que estuvieron plagadas de monstruos. Hoy, Grikk tenía una tarea diferente. Pero era una para la cual su armadura de rompehierro y sus habilidades como luchador en los túneles servían a la perfección.

- Rugnir y los zapadores están listos. El asalto final puede comenzar.- Bagrik asintió con la cabeza mientras su mirada perdida se posaba sobre el muro sur de la ciudad., donde Rugnir y su escuadrón de ingenieros de la bodega estaban preparando un túnel con la intención de burlar sus defensas y sorprenderlos. Bagrik tenía cinco regimientos de guerreros de clan enanos en la reserva, junto un batallón de barbaslargas a la espera de que pudieran abrir brecha. Bagrik mantenía su mirada fija mientras daba órdenes con aspereza en su voz.

- Asegurad los túneles. Aplastad cualquier resistencia.-

-Sí, mi rey.-

Grikk se retiró rápidamente mientras el sonido que producía el entrechocar del metal de su armadura iba menguando. Bagrik se mantuvo unos momentos a la espera mientras observaba antes de que diera la orden de avanzar. Una falange entera de guerreros de clan y guardia real de rompehierros se mantuvo sobre una extensión llana de la llanura. Diez mil enanos más. El martillo con el cual aplastaría a los elfos sobre el yunque de guerreros casi había roto las defensas élficas. Los cuernos de guerra resonaron uno tras otro, alzando un clamor atronador. La marcha de los enanos hacia la ciudad de los elfos estaba decidida y era implacable. Bagrik bajó donde se encontraban sus guerreros y se puso al frente, subido en el escudo que alzaban sus porteadores.
Mientras contemplaba la sangrienta visión con guirnaldas de fuego del campo de batalla, los muertos por doquier y la destrucción sin sentido provocada por dos grandes civilizaciones, Bagrik no dejaba de repetirse la misma pregunta.

¿Cómo empezó todo esto?

miércoles, 19 de marzo de 2014

40K Revolution: Manual de equipo



Hoy os traigo el manual de equipo de 40K Revolution, el proyecto para "actualizar" la segunda edición de Warhammer 40.000 en el que Ragnor y yo llevamos mucho tiempo trabajando. Se trata de una versión beta, y probablemente tenga algunas erratas. El manual se presenta en un formato sencillo, sin ilustraciones, al igual que el reglamento (aunque esperamos sacar una versión más decorada pronto).

Incluimos las reglas para las armas y el equipo común de muchos ejércitos: las fuerzas del Imperio, el Caos, los Orkos, los Eldar y los Tiránidos, adaptadas. También hemos incluido el equipo y las armas de los Necrones (que en la segunda edición apenas tenían nada). Faltan los Eldar Oscuros y los Tau, aunque como esos ejércitos no existían en la segunda edición, nos tomaremos algo de tiempo para darles una encarnación digna. Por supuesto que no nos olvidamos de ejércitos como los Squat, el Culto Genestealer o las Hermanas de Batalla, pero todo llegará a su tiempo.

De momento, aquí tenéis el manual de equipo. La semana que viene podréis ver el primer Codex, que aún  no sabemos si será el de los Ultramarines o el de los Tiránidos.

MANUAL DE EQUIPO 40K REVOLUTION

¡Disfrutadlo! Nos encantaría recibir vuestras opiniones al respecto.

Puedes seguir todas las novedades que vayamos publicando sobre 40K Revolution AQUÍ.

martes, 18 de marzo de 2014

¿Fuerza D?



Hace ya unos pocos días me dio por descargar y ojear el nuevo Codex: Caballeros Imperiales (gracias a los compañeros de Fanhammer). Como sabéis, no juego a la sexta edición de 40K, por lo que en general las novedades o los nuevos Codex no me llaman mucho la atención, pero me sorprendió enormemente este nuevo Codex. ¡Un ejército compuesto completamente de robots gigantescos! ¿Se les había ido la olla del todo a los de GW?

Bueno, seguro que si. Como no estoy muy puesto en las nuevas reglas, pasé por encima de estas rápidamente, pero hubo algo que me llamó mucho la atención: la Fuerza D. Por lo visto era algo que ya se había visto en Apocalipsis y similares, pero es la primera vez que algo con Fuerza D aparece en un Codex (eso tengo entendido; si me equivoco, corregidme).

¿Y qué es eso de la Fuerza D? Pues que te mata. Te mata tan brutalmente que tienes que tirar en la tabla de Fuerza D para ver cuánto te mata. Da prácticamente igual que se trate de un gretchin o de un Land Raider: te mata.



¿Y qué arma tiene Fuerza D? Pues la sierra gigantesca de los Caballeros. Eso es: una motosierra de 10 metros de longitud (¡toma avances tecnológicos!). Porque todo el mundo sabe que una motosierra muy grande es mucho más letal que un rayo de calor a 5000 grados, que funde el acero. Mucho más letal que cualquier cosa. ¡Es una sierra de 10 metros!

¿Y a qué viene todo esto? Pues que me resulta muy curioso, es como una especie de regreso al pasado, a los tiempos en los que, en Warhammer Fantasy, las miniaturas tenían una letra en vez de un número en su perfil de Resistencia. Como los guerreros enanos, que tenía Resistencia C.



¿Entonces, si atacas con Fuerza D a algo con Resistencia C, hieres con 3+? ¿Fuerza D contra Resistencia D va a 4+? ¿C es mayor o menor que D? ¿Empezaremos a ver cosas como Habilidad de Armas J y Liderazgo Ñ?

Sólo el tiempo nos lo dirá... xD

lunes, 17 de marzo de 2014

Guerra en color: Dreadnought de los Mil Hijos



Continuo pintando, siguiendo con la Iniciativa Guerra en Color de Bairrin. ¡Que los pinceles no se queden ociosos! xD

Esta semana he cogido un dreadnought de los marines espaciales y lo he "caotizado" para añadir un segundo dreadnought a mi ejército de Mil Hijos. Y este es el resultado:





Detrás del dreadnought podéis ver la escuadra de poseídos que estoy pintando ahora mismo (y espero tener terminada pronto). Me he puesto a pintar mis Mil Hijos en previsión de echar unas batallas con ellos de 40K Revolution. Al abrir el maletín me di cuenta de que tenía mucho trabajo por hacer, incluyendo el repintar a todos mis exterminadores (¡les cambié las cabezas por cabezas clonadas de Mil Hijos!). Pero vayamos poco a poco...

Os dejo una foto con mis dos dreadnoughts, el que acabo de pintar (al que he llamado "Mutatis Mutandis") y el que ya tenía pintado, también conversionado a partir de un dreadnought de los marines, este de Forgeworld, al que llamo "Inclitus Fatuum".




¡Que no paren esos pinceles! ¡A pintar, a pintar!
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