lunes, 13 de enero de 2014

El declive de Mousillon (Relato Clásico)


Maldred era un hombre bien parecido, alto y de rasgos nobiliares, mientras que la belleza de Malfleur era tal que su mirada de sus ojos color violeta podía aturdir a un caballero y dejarlo sin habla. Los viajeros comenzaron a comentar que Mousillon era la ciudad más maravillosa de todo Bretonia, más espléndida incluso que su capital, Couronne. La ciudad parecía encantada, y sus gentes estaban contentas y eran felices. En verano los muros blancos de las construcciones brillaban al sol, y en el invierno, mientras las tierras se encontraban bajo la nieve, suaves brisas mantenían cálidas las calles y los hogares.


Pero como una copa de oropel elaborada por un artesano de pacotilla, el brillo de Mousillon escondía la podredumbre. La prosperidad de su puerto no se debía al trabajo duro o y honestidad de sus ciudadanos, sino que funcionaba por la hechicería de Malfleur, y a los tratos corruptos de Maldred. Durante el día las calles de la ciudad se llenaban con las actividades de una ciudad portuaria ajetreada, y los lugareños de Mousillon tenían el curioso hábito de no abandonar sus hogares tras hacerse de noche. Durante la noche, las únicas cosas que se movían en la oscuridad de sus calles eran oleadas de ratas y la tripulación de algún barco de atraque nocturno. Envueltos en mantos y capuchas que ocultan sus rostros, estos silenciosos forasteros movían misteriosas cajas adelante y atrás, desde los almacenes a sus inmaculados navíos negros.

Durante la noche en la ciudad, el único lugar que mostraba señales de vida era el palacio de Maldred, situado en lo alto de la colina. Las luces relumbraban a través de las ventanas, música y alegres cacofonías de voces salían por sus tejados y los nobles bailaban y festejaban hasta el amanecer.

Cuando la traición de Maldred y Malfleur se dio a conocer, su perdición, y por consiguiente la perdición de Mousillon, se pusieron en movimiento. En un típico despliegue de arrogante desafío, Maldred denunció a los leales Caballeros del Grial y Fay la Encantadora de ser unos traidores y unos herejes antes de retirarse a la protección que ofrecían los gruesos muros de piedra de Mousillon. Los Caballeros del Grial sitiaron el puerto por tierra, y enviaron naves a bloquear el acceso del río para evitar que se entregaran más suministros por barca.


Durante tres largos años el asedio a Mousillon se intensificó, al igual que el sufrimiento de sus habitantes y la ciudad cayó en el declive. Las brillantes paredes blancas comenzaron a desconcharse, revelando el adobe con el que estaban construidas. Apestosas algas crecían en los amarres oxidados y se esparcían por los muelles y embarcaderos. aparecieron grietas en los pavimentos y enormes vetas de moho grisáceo ensuciaban los muros de la ciudad.

Aún mientras los lugareños morían de inanición y peste, Maldred y los nobles de su corte permanecían en el palacio blanco inmersos en una orgía de auto indulgencia. Afuera, los lugareños se mataban los unos a los otros en peleas por unas gaviotas; en las perfumadas habitaciones del palacio los nobles bebían vino espumoso en copas de cristal y mordisqueaban alas de cisne. vestidos en sedas de satén y rojo, y llevando puestas máscaras fantásticas, bailaban al son de su propia autodestrucción.

Una fría mañana de primavera, los Caballeros que sitiaban Mousillon contemplaron algo extraño. A medida que el sol ascendía lentamente en el cielo, su tenue luz roja bañaba los muros y las torres de la ciudad, haciendo que parecieran bañados en sangre. Mousillon se quedó repentinamente en silencio; no podía escucharse ni un solo sonido entre sus muros. Los portones de la ciudad se abrieron con un ominoso rugido, como si invitasen a entrar a los merodeadores.


Liderados por Fay la Encantadora, y protegidos por santas reliquias, un pequeño grupo de Caballeros se aventuraron a entrar en la ciudad. Todo cuanto hallaron en su interior era muerte. Los cuerpos de mujeres, hombres y niños yacían por todas partes. Los Caballeros se abrieron paso hasta el palacio por el sendero de muerte mientras espantaban nubes de moscas. Atravesaron a pie sus puertas abiertas para encontrarse en una escena de pesadilla. en los jardines de palacio, las plantas estaban marchitas y podridas. El mobiliario del interior de los recibidores y cámaras estaba carcomido y los insectos correteaban por sillas y mesas. En el recibidor principal, Maldred y Malfleur acaparaban muerte en sus tronos y las cuencas de sus ojos vacíos se posaban sobre los esqueletos ricamente vestidos de los nobles amontonados sobre el suelo de mármol. Las rígidas manos de Maldred se cerraron en torno a un cáliz dorado con rubíes engarzados - el falso grial. Cuando Fay la Encantadora miró en la superficie del oscuro líquido que contenía el cáliz se puso pálida del horror, y hubiera perdido el sentido de no ser por el galante Sir Egremont, quien se apresuró a sostenerla.

¿Quién podría adivinar qué oscura maldición había caído sobre Mousillon y sus dirigentes? ¿Fue su maldad castigada con algún tipo de intervención divina, o tal vez fueron los poderes que intentaban dominar últimamente los que los destruyeron? Fay la Encantadora ordenó tapiar todas las puertas y ventanas de palacio para que nadie pudiera volver a entrar en ese lugar maldito nunca más. Extrajeron enormes piedras grises de las canteras en los bosques y las llevaron a la ciudad con grupos de bueyes. Habitación por habitación, corredor tras corredor, todas las puertas y ventanas se cerraron con bloques de piedra, y coronado con bendiciones sagradas para sellar el mal en su interior.

Todos los cadáveres de las casas y calles fueron reunidos, cargados en carretas y llevados a las afueras de la ciudad para ser enterrados en enormes pozos. A pesar de que los túmulos fueron tapados con tierra fresca, y santificados con oraciones por las almas de los muertos, las únicas plantas que volverían a crecer en esas tierras serían espinos retorcidos y musgo negro. De hecho, los pozos adquirieron una reputación maligna tal que la carretera principal hacia Mousillon, la cual pasaba justo en frente del lugar, tuvo que ser desviada para aprovechar la entrada sureste de la ciudad.


Los periódicos intentos de retomar Mousillon nunca han tenido éxito, y la mayoría de bretonianos guardan cautela con respecto a ese lugar. Cualquiera que sea lo suficientemente estúpido como para aventurarse en la ciudad en ruinas en busca del santuario o tesoros obtendrá un final desagradable e inevitable, aplastado por la descuidada albañilería, despedazado por monstruos o conducido a la locura por los acechantes horrores. Y los mercaderes que navegan por el Río Ois de camino a Gisoreux lo susurran, en la muerte de la noche, el sonido de una música fantasmagórica y risas aún flota por la ciudad abandonada.

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