miércoles, 4 de enero de 2012

Thanquol, Supervisor del Consejo (relato clásico)

Este relato, de Bill King, apareció en el suplemento "Magia de Batalla" de la 4ª edición.


Desde la plataforma de observación, el Vidente Gris Thanquol observó el interior de las grandes cavernas de su laboratorio de investigación. Fluctuantes chorros de gas producían una luz azulada. Todo el área olía a gas metano bombeado desde las marismas al interior de Plagaskaven. Los ingenieros brujos se escurrían de las mesas de trabajo al área de pruebas, con colas tiesas y erguidas, morros cubiertos por máscaras respiratorias y delantales protectores de cuero que aplastaban los pelos de su pellejo.

Los esclavos estaban pastando una mezcla de carbón vegetal y piedra de disformidad en un gran hervidor negro. La rueda de la gran turbina giraba más y más deprisa. Descargas de extraños colores saltaban en los nueve metros de separación existentes entre dos grandes esferas de vidrio. Azotados por un corpulento supervisor skaven, los humanos en la gran noria incrementaron la velocidad letárgicamente, alimentando con más energía los instrumentos del montacargas. Con un chasquido de cadenas, el enorme estirador se elevó.

-Muy pronto-pronto, estimado colega, el éxito será mío-mío... quiero decir... nuestro-dijo Thazaquat. Thanquol reprimió una sonrisa de rabia. Por los Trece, despreciaba al pequeño ingeniero brujo, incluso aún siendo de la misma casta. La ambición apenas disimulada de Thazaquat ofendía al sentido de la sutilidad de Thanquol; los veintiséis intentos de asesinato fallidos por parte de la gente de Thazaquat contra la vida de Thanquol tampoco habían aumentado la opinión del Vidente Gris sobre él.

No es que siempre se refirieran a estos asuntos cuando se reunían por asuntos del clan. Y éste era realmente un asunto del clan.

-Espero-espero que realmente sea así-dijo Thanquol-El Consejo quiere resultados-resultados a cambio de toda la piedra de disformidad que te han suministrado.

En la zona de pruebas, un lanzallamas experimental eructó. Un chorro de llamas púrpura tocó el maniquí cubierto de asbesto. El maniquí se retorció y se convirtió en polvo. La tripulación agitó sus colas triunfalmente, pero sus exultantes chillidos rápidamente se convirtieron en gimoteos de pesar.

Thanquol se dio cuenta de que no podían desconectar el arma. La bomba sonó frenéticamente con las válvulas hinchadas; el chorro se hizo más largo. El skaven que sujetaba el arma giró sobre sí mismo, chillando furioso. Las llamas prendieron en la piel del bombeador. Salió corriendo mientras gritaba y tropezó con una hilera de barriles que contenían productos químicos. El primer barril comenzó a rodar, chocó contra el segundo y envió una avalancha de contenedores de bronce rodando por el suelo del laboratorio. El sello de uno se rompió, dejando el rastro de un a sustancia química tras de sí.

El skaven que ardía rodó frenéticamente por el suelo, tratando de extinguir las llamas de su pelaje. Rodó sobre el producto químico. Fue como encender una mecha. Un rastro de llamas siguió al barril hasta donde había ido a parar, junto a la noria. Skavens frenéticos se alejaron corriendo del lugar. Los humanos atados a la rueda corrieron frenéticamente sin moverse de donde estaban, elevando el montacargas hasta donde chisporroteaban los rayos.

El rayo impactó en el montacargas justo cuando el barril explotó, matando a los esclavos y sacando la noria de su eje. El montacargas se tambaleó y cayó sobre el tanque del caldo de piedra de disformidad. La energía mágica rebosó las esferas de vidrio, derramándose por las cadenas del montacargas hasta caer en el tanque.

El laboratorio fue sacudido por una gran explosión. Un poderoso rugido llenó el aire. El ser en el montacargas se levantó, reanimado. Thanquol pudo ver que era una especie de gigante, formado con las partes de un humano monstruoso y un skaven. Prácticamente medía tres metros de alto y tenía cabeza de skaven. Thanquol pensó que había algo de familiar en esa cabeza. Un aura de energía chasqueó y pulsó a su alrededor.

-¡Bien-bien!-dijo Thazaquat alegremente- ¡Mi monstruo vive!

Thanquol consideró que el método de animación era terriblemente poco ortodoxo, pero no podía negarse que el monstruo era impresionante. La forma en que se deshacía de los ingenieros, rompiendo huesos con cada golpe, indicaba una fuerza temible. La forma en la que el chorro de llamas del lanzallamas de disformidad rebotaba en su brillante aura le hacía aún más formidable. Tampoco podía negarse la enloquecida ferocidad de la mirada que dirigió al Vidente Gris.

De repente, Thanquol recordó dónde había visto antes esa cabeza de skaven. Pertenecía al último asesino que Thazaquat había mandado contra él. Después de todo, quizás no había sido una buena idea enviarla anónimamente a la madriguera de Thazaquat.

Con un rugido, el monstruo corrió hacia la plataforma de observación. Thanquol decidió que era mejor hacer algo. Rápidamente musitó un hechizo. Un rayo de luz verdosa salió de su pata.

-¡Muere-muere!-gritó.

El rayo desviado por el aura del monstruo alcanzó el lanzallamas de disformidad. Este se derritió, liberando una gran nube de humo apestoso por todo el laboratorio. Los skaven se ahogaban y morían; el monstruo se acercaba. Necesitaba más energía para penetrar el aura del monstruo.

Rápidamente, cogió su bolsa y sacó de ella un trozo refinado de piedra de disformidad que brillaba fantasmagóricamente. El monstruo casi le había alcanzado. Se metió rápidamente la sustancia e la boca. Su lengua hormiguieó y visiones alocadas invadieron su mente. Sintió una especie de ardor en su estómago y su cabeza se aligeró. La energía corría por sus venas. Musitó el hechizo otra vez, tratando de resistir la necesidad de aullar de placer. La nube verde que rodeaba su para era casi demasiado brillante para aguantarse. Liberó el rayo. Este atravesó el aura del monstruo e impactó su cuerpo. El monstruo tembló y se encogió, empequeñeciendo hasta ser poco más grande que una muñeca.

Thazquat se giró hacia Thanquol.

-Lamentablemente, deberé informar al Consejo de otro fracaso-dijo.

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