jueves, 20 de octubre de 2011

Negocios en Sylvania (relato clásico)

Frederick el buhonero suspiró aliviado. Había estado viajando por esta carretera maldita durante tres días sin encontrar ni un solo pueblo o aldea. Su capa estaba polvorienta, su poni estaba cansado y él estaba harto de los siniestros bosques de Sylvania, donde los tortuosos caminos parecían conducir a ninguna parte. Pero finalmente había encontrado un pueblo.

Mientras el rojizo sol se ponía en el horizonte, Frederick atravesaba el portón de entrada al pueblo. Se sostenía sobre unos oxidados goznes, y crujió como si no lo hubieran abierto durante muchos años. Las casas del pequeño pueblo estaban en un lamentable estado de conservación y muchas de ellas no tenían techo. Las ventanas estaban rotas y un insalubre hedor era omnipresente en todo el área.

Los aldeanos abrieron sus ventanas para ver quién había entrado en el pueblo. Eran desgarbados y feos, cubiertos de ronchas y pústulas, y presentaban marcas inconfundibles de mutaciones. Uno de ellos le miró con su único ojo, levantando su deforme mano en lo que Frederick pensó que era un saludo. Se obligó a sonreír y le devolvió el saludo.

Frederick ya había visto desechos humanos como estos y conocía la causa. No era extraño en pueblos aislados, donde los parientes se casaban entre ellos, a menudo con resultados horripilantes. Pero Frederick no estaba allí para juzgar a las personas, sino para vender sus mercancías y regresar a Stirland. Otros mercaderes no se atrevían a comerciar en Sylvania, pero Frederick Hansen no era un cobarde. A él le importaban bien poco las historias de las viejas histéricas y las murmuraciones de los sacerdotes. El crudo invierno había provocado una dura hambruna en el Imperio, y por lo tanto su grano seguro que se vendería a muy buen precio en estas tierras, donde la cosecha había sido especialmente pobre, si los rumores eran ciertos.

Mientras Frederick se dirigía a la plaza del pueblo en busca de una posada, se fijó en algo que había junto al pozo. En el suelo había una chica joven, como si se hubiera caído. Sus ropas eran blancas, como las mortajas con las que se entierra a los difuntos. Un hombre vestido con harapos estaba agachado junto a ella, con la evidente intención de ayudarla, con la cabeza oculta a su vista. De repente, Frederick oyó un chasquido, como si algo se hubiese roto. Corrió hacia adelante para ver si la chica estaba gravemente herida. Hubiera deseado no hacerlo. El hombre agachado giró la cabeza hacia él y dos ojos rojos le miraron desde un rostro horripilante. De su boca goteaba sangre fría y negra. En su mano sostenía la cabeza de la chica. Frederick se sintió enfermo.


"¡Necrófagos!"-pensó Frederick. Evidentemente había oído leyendas sobre los hombres devoradores de cadáveres de Sylvania, pero jamás habría esperado encontrar uno de esos caníbales. La criatura se levantó y avanzó un paso hacia Frederick. Sus mejillas agrietadas revelaron una hilera de dientes que parecían tremendamente afilados.

Controlando su repugnancia, el buhonero desenfundó una espada corta que ocultaba bajo su capa. Los largos años recorriendo caminos le habían enseñado a estar preparado ante cualquier eventualidad. Con una rápida estocada cercenó la mano del necrófago a la altura de la muñeca, cuando ésta intentaba arañarle la cara. Frederick dio un salto hacia atrás mientras el necrófago caía gritando, sosteniéndose el muñón. El buhonero miró a su alrededor nervioso. Para su horror, los aldeanos habían empezado a salir de sus casas y estaban dirigiéndose hacia él. Un grupo de desgarbados y repugnantes hombres, mujeres y niños desfigurados le habían rodeado.

Notando cómo el pánico crecía en su interior, Frederick buscó alguna ruta para escapar. No encontró ninguna. Su poni relinchaba de terror y coceaba mientras desaparecía bajo una aullante masa de necrófagos. Mientras las garras y los dientes destrozaban al indefenso animal, las alforjas se rompieron. Mientras los necrófagos devoraban la carne, el precioso grano iba derramándose en el fangoso suelo. Entonces empezó a estrecharse el círculo en torno a Frederick. Blandió salvajemente la espada a su alrededor, intentando mantener a las criaturas a distancia. De repente, alguien le agarró por las piernas desde atrás. Girándose por la cintura se dio cuenta de que un niño se había arrastrado hacia él y en ese momento le agarraba las piernas con una fuerza increíble. Notó cómo sus pequeños y afilados dientes se le clavaban en el muslo, y golpeó con su espada para partirle la cabeza al niño. Trozos de cerebro y sangre salpicaron a Frederick , que aunque intentaba mantener el equilibrio, cayó al suelo.

En un instante las hediondas criaturas saltaron sobre él y alguien le arrancó la espada de la mano. Lo último que vio Frederick el buhonero antes de que la misericordiosa oscuridad lo cubriera fue una mujer necrófago desnuda y cubierta de suciedad que se relamía los labios mientras se inclinaba sobre él para arrancarle un buen trozo de carne caliente y ensangrentada.

2 comentarios:

  1. Esta muy bien el relato, me ha entretenido mucho, siempre me encantan las historias sobre la olvidada Sylvania y los no muertos que campan a sus anchas por esas tierras.

    Una cosa, revisa el texto, porque has copiado y pegado lo mismo en varias partes y confundes mucho, porque vuelves a leer lo mismo en 2 ocasiones, en el medio y al final.

    Un saludo.

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  2. ¡Gracias por la anotación! Ya está revisado y corregido. Cosas del OpenOffice, que a veces se comporta de forma muy extraña xD

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