domingo, 8 de mayo de 2011

Nagash, el Gran Nigromante (7: El regreso de Nagash)

Séptima entrega de la historia de Nagash, por Bill King. Lo narrado aquí ocurre entre la tercera novela de la trilogía de Nagash y God King, la tercera novela de la trilogía de Sigmar (¡y que espero poder agenciarme esta semana!).


7-EL REGRESO DE NAGASH

A la vez que Sigmar fundaba su Imperio, por el Norte circularon extraños rumores sobre el renacimiento de un viejo mal. El Consejo de los Trece creía que había destruido a Nagash. Estaban equivocados: un ser tan poderoso, tan conocedor de la No Muerte, no podía ser eliminado tan fácilmente. Su forma corpórea había sido destruida, pero su espíritu seguía vivo. Espero más allá de la muerte, todavía ligado al mundo por la presencia de su garra, su corona y su tumba. Nagash había planeado hacía mucho tiempo la posibilidad de su muerte, y parte de su espíritu y su poder saturaba su corona, permitiéndole seguir en contacto con el mundo de los vivos. Aunque tardaría siglos Nagash volvería, y al hacerlo, lo haría de la forma más espectacularmente horrible.

Su cuerpo había sido incinerado en los hornos de Nagashizzar. De su cuerpo sólo quedaron unas partículas de fino polvo negro, esparcidas por el mundo. Estas partículas fueron atrayéndose entre sí una a una. A lo largo de los siglos, estos fragmentos minúsculos empezaron a condensarse sobre la Desolación de Nagash, formando putrescentes gotas negras que poco a poco fueron desplazándose centímetro a centímetro por todo el país hasta la Pirámide Negra de Nagash en Khemri. El sarcófago fue llenándose poco a poco (a razón de una gota al año) de este líquido negro, formando una oscura crisálida de la cual renació su maligno ser. Cuando el fluido solidificó, algunas partes siguieron endureciéndose hasta formar huesos. Por encima de este oscuro esqueleto crecieron órganos antinaturales. Trozos de venas como gusanos penetraron en los músculos recién formados. Un siniestro caparazón de piel ósea empezó a cubrir su masa. Sólo la mano derecha, amputada por Alcadizaar, no volvió a crecer. Una fría noche, siglos después de ser derrotado por los Skaven, la tapa del sarcófago se abrió y Nagash surgió de él, renacido una vez más en el mundo.

En el exterior de su tumba, Khemri seguía existiendo. Nagash permaneció de pie sobre su pirámide mientras absorbía energía oscura. Aunque todavía era mucho más poderoso de lo que cualquier mortal podía medir, era una pálida sombra de lo que había sido. Estaba agotado por su largo regreso de la muerte, y porque parte de su poder aún estaba perdido, saturando su corona y su garra. Llamó a los muertos de Khemri, pero estos le odiaban tanto en la muerte como lo habían hecho en vida, y ya no tenía el poder de someterlos a su voluntad como lo había tenido anteriormente. Pudo controlar una parte de los incontables muertos de Khemri, pero los demás se rebelaron, provocando una guerra civil dentro de la más grande de las necrópolis.

Nagash acabó cansándose de esta situación y visitó las otras ciudades de los muertos. En ellas ocurrió lo mismo. Los muertos le recordaban, y le odiaban con un odio extraño y sobrenatural que habían sido engendrado durante siglos. Aunque individualmente ninguno de los Reyes Funerarios podía enfrentarse a Nagash, éste no podía resistir contra la alianza formada contra él. Por segunda vez en la historia de su larga no-vida, Nagash era expulsado de su país natal. Meditó sobre su derrota y decidió que volvería a utilizar la energía de la piedra de disformidad para aumentar su fuerza y vengarse de sus enemigos. Una vez más viajo hacia el Norte, siguiendo el camino que tanto tiempo atrás le condujo a las orillas del Mar Sulfuroso. Esta vez estaba acompañado por un ejército de leales seguidores No Muertos. Cuando por fin llegó a Nagashizzar, comprobó que los Skaven habían ocupado el lugar. Durante años habían explotado la piedra de disformidad, utilizándola para sus propios propósitos hasta haberla extinguido casi por completo. Nagashizzar había pasado a ser una enorme madriguera de hombres rata, aunque relativamente poco poblada ya que en la Desolación de Nagash no crecía nada comestible y tenían que importarlo todo desde las demás guaridas Skaven a cambio de piedra de disformidad.

Nagash llego a las puertas de su antigua fortaleza y exigió que se rindiera. El comandante Skaven de la guarnición le miró y maldijo, insultándole en su propio idioma. Nagash le mató con una palabra, y abrió las puertas de Nagashizzar con otra. Ya que él mismo las había forjado y conocía todas las órdenes secretas a las que respondían. En una noche, las fuerzas de Nagash barrieron el Pozo Maldito y aniquilaron a los sorprendidos Skaven, expulsándoles de la ciudad.

Nagash controlaba su ciudadela, pero inmediatamente quedó preso de una furia incomprensible para ningún mortal, ya que descubrió que los Skaven habían casi agotado la piedra de disformidad. Las instalaciones que había utilizado para refinar, concentrar y purificar la piedra para sus propios fines estaban completamente destruidas. Aunque no estuvieran destruidas, no quedaba suficiente piedra de disformidad para repetir el Gran Ritual. Ignorando los ejércitos enviados por el Consejo de los Trece para recuperar Nagashizzar, el Gran Nigromante empezó a trabajar. Primero trabajó en las forjas, construyendo una garra metálica para reemplazar su perdida garra. Sus huestes de No Muertos tenían instrucciones, bajo su supervisión, para construirla. La garra artificial estaba astutamente elaborada y cubierta por inquietantes runas que hacían imposible mirarla. Era flexible y podía utilizarse como una mano normal, pero era mucho más fuerte. Nagash podía empuñar nuevamente un arma, y crear más artefactos con sus propias manos. Invocó a los espíritus de los muertos y les interrogó sobre lo sucedido, reconstruyendo poco a poco los acontecimientos que habían tenido lugar en su larga ausencia. Supo de la desaparición de Alcadizaar, de cómo había enloquecido y muerto por la corona y la exposición a la Espada de la Muerte Skaven. Finalmente centro su atención en el Norte, donde el heredero de Kadon, Morath, tenía la corona.

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